El Negocio
Este relato participa en el Reto anual: 12 meses 12 relatos 2021 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash https://tanitbennajash.com/2020/12/21/reto-anual-12-meses-12-relatos-2021/
La mañana transcurrió
como de costumbre en el pequeño apartamento. Una vez despierta y en la bañera
con agua caliente, Yamanka encendió la varilla de incienso de mirra, pues, al
parecer, seguía sin importarle mi sensible nariz. Mientras se secaba, se
preparó su café con canela y piloncillo. Se puso su túnica púrpura decorada con
mandalas y decoró sus largos y oscuros rizos, su cuello y orejas con llamativos
colguijes, aros, pendientes y listones. Volteó el letrero de la puerta a
“abierto” y se sentó en el antiguo sofá de la sala-comedor. Inhaló los vapores
de la habitación y exhaló profundamente para después tomar un sorbo de la taza
de cerámica entre sus manos. Empecé a jugar con una de las cadenitas que
colgaban de su oreja izquierda, en primer lugar, para molestarla, y en segundo,
porque estaba muy aburrido. Entre semana las mañanas eran lentas y los clientes
insulsos y patéticos. Yamanka me tiró una mirada de reprimenda como si eso fuera
a detenerme.
No había nada que
diera la impresión de que esa mañana fuera a ser diferente. Solo habíamos
tenido tres clientes. La primera, una mujer de unos cuarenta años, con grandes
ojeras, enamorada de su jefe, que quería hacer un “amarre”. Como su caso
parecía complicado la vidente solicitó un mechón de cabello del susodicho, la
mujer asintió nerviosamente y salió rápidamente después de pagar. Ni con su
fingida clarividencia Yamanka sabría si volvería o no. El segundo cliente fue
un estudiante de preparatoria preocupado por su futuro, que pidió una lectura
de cartas y de mano. Salió un tanto más tranquilo. Finalmente —y este fue el
más hilarante de todos—, vino un hombre que creía en las maldiciones y quería
vengarse de quien le había quitado su empleo. Por mucho que Yamanka insistía
que ella no creía en la venganza —aunque las novelas de vendetta en su librero
la contradijeran—, la necedad del cliente la obligó a ceder. Después de sacar
unos cuantos polvos de su alhajero, anotó el nombre del enemigo en sánscrito
sobre un papiro y, al quemarlo, se dejaron ver casi todos los colores del
arcoíris. El hombre salió tan convencido del ritual de hechicería que cualquier
cosa, desde un ligero inconveniente hasta un accidente mortal que experimentara
su enemigo, sería atribuida a aquella demostración teátrica barata.
Sin embargo, cuando
la vi entrar supe que ella sería diferente. Primeramente, entró como si supiera
exactamente lo que pasaría al atravesar nuestra puerta, lo cual no era usual
para los amantes del esoterismo y el misterio, como los que suelen pisar
nuestro negocio. Sus ojos oscuros, apagados y fijos en nosotros, irradiaban
escepticismo y desánimo. Estrechó la mano de Yamanka como alguien civilizado,
para variar, pues era por fin alguien que fuera de “bruja”, la veía como una
igual. Un tanto desconcertada, Yamanka, intentando conservar su papel, le
mostró las cartas, la bola de cristal y todos los viales con pócimas. Antes de
que pudiera terminar, la chica la detuvo y le aseguró que no creía en nada de
eso y afirmó que venía por su verdadero servicio: aquel que ocultaba con toda
esa parafernalia inútil— dijo, apuntando a los objetos que le había puesto
enfrente— ese servicio.
Yamanka sonrió,
mostrando todos sus brillantes dientes. —Hacía un tiempo que no tenía ese tipo
de clientes— declaró, y luego, juntó sus dos manos—. Y dime… ¿Por qué quieres
desaparecer?
Mientras la chica
hablaba, cerré mis ojos para observar todo lo que describía. Vi su escuela
secundaria. Estaba riendo con sus amigas. Casi no la distinguía, pues todas
tenían el mismo uniforme con patrón de cuadros. Ese día, decidió jugarle una
broma un tanto pesada a su mejor amiga. Justo antes de que se sentara, estiró
la silla de su amiga, haciendo que esta cayera. Desafortunadamente, al caer, su
cuello impactó con el borde del asiento de madera, dejando su cuerpo inmóvil en
el suelo después de convulsionar por unos segundos. Las siguientes memorias fueron
borrosas: gritos, llantos, miradas con ojos fríos, segregación, decepción,
culpabilidad, depresión, autoflagelación, y sombras oscuras debajo de los ojos
de una chica que ya no quería vivir.
—No sé si fue por
egoísmo o autocompasión… pero ese no fue el fin. —dijo la chica, y vinieron más
recuerdos de distinta índole: Largas charlas, en veces consigo misma y en veces
con un hombre de ojos amables en una oficina llena de plantas suculentas, la
chica empezando a pintar con acuarelas, escaladas en montes empinados, dos
empleos y escuela nocturna.
—Aprendí a
perdonarme… pero solamente fui yo. —y con eso, las últimas memorias, ahora más
recientes, fluyeron a mi mente: llegando a una casa donde no era bienvenida,
siendo invitada al aniversario de su muerte por decimo primera vez, para decir
exactamente lo mismo frente a un grupo de personas que la detestaban, viendo
como cada nuevo amigo que hacía era alejado por las mismas personas que antes
habían tenido toda su confianza, pero que ahora, a la primera oportunidad,
relataban su pasado —agregando aquí y allá detalles insidiosos— a cualquiera
que se le acercara.
Al abrir mis ojos y
observar a la joven, noté que no había ni una sola gota de nostalgia en su
rostro. Estaba simplemente exhausta. Yamanka respiró profundamente, como si
quisiera aspirar toda su esencia y así gravarse su historia. Exhaló complacida
y noté que estaba a punto de acceder. Me levanté y la miré fijamente para
detenerla y recordarle que todavía debía de hacer la pregunta más importante.
Yamanka asintió y con una media sonrisa dibujada en su rostro le comentó a la
joven que este servicio en particular era… lujoso, por así llamarlo, y su alto
precio hacía que su público fuera limitado. La chica, exasperada por su larga
descripción, que podía ser resumida en una oración, afirmó que tenía dinero
suficiente y después de abrir su mochila, arrojó sobre la mesa una bolsa llena
de fajos de billetes. Al ver que Yamanka levantó una ceja, la chica le aseguró
que no era producto de ningún acto excesivamente vandálico, y que lo había
conseguido tras amenazar a un hombre rico de informar a su pareja de su
adulterio. Con su celular, le mostró la evidencia fotográfica a Yamanka y dijo,
con una risa amarga, que el hombre podía escoger la opción peligrosa de
asesinarla, pero escogió la segura y le envió esa bolsa llena de efectivo.
En ese instante supe
que a Yamanka le agradaba, tanto así que le preguntó su nombre. La chica
expresó que era inútil saber el nombre de alguien que moriría dentro de poco.
Yamanka asintió y le hizo una tercera pregunta, siguiendo el mismo protocolo
que había seguido durante años. —¿Cómo quieres morir? —dijo, seguido de unas
cuantas sugerencias. Mencionó que lo más sencillo podría ser un suicidio, pero
la chica la detuvo y declaró con firmeza que sería muy obvio, que ya lo había
intentado anteriormente, y, por lo tanto, para ese punto solo sería de esperarse…
y nada satisfactorio. Lo que ella deseaba iba más allá. Quería que su muerte
pareciera enviada por la misma providencia, como retribución divina por sus
pecados, para que tanto su propia familia, así como todos los que le deseaban
mal quedaran por fin satisfechos. Yamanka pegó sus dos dedos índices a sus
labios, meditó unos minutos y entonces abrió sus ojos súbitamente. Tenía una
idea.
Preguntó si había
obras de construcción cerca de donde residía la chica. Ella sacudió su cabeza y
Yamanka le comentó que habría una zona de construcción dentro de poco. A la
fecha y hora marcadas, la chica debería salir de su casa. Atravesaría esta
zona, y entonces habría un gran accidente. Toda la estructura se vendría abajo,
vigas de acero caerían y la perforarían de manera calculada, para que su cuerpo
quedara erguido justo en el centro de un tumulto circular de barrotes
enterrados en el suelo terroso. Preguntó si fumaba. La chica comentó que lo
había dejado… pero —en tono sugestivo— afirmó que siempre podía recaer. Yamanka
le indicó que empezara desde hoy. Pues, el día de su muerte, aceite derramado
de las máquinas derribadas entre el escombro ardería en llamas y calcinarían su
cuerpo empalado, aludiendo incluso a la quema de brujas del pasado. Y pues, los
cuerpos quemados siempre son más sencillos de replicar, y eso le rebajaría el
precio.
La chica parpadeó dos
veces, perpleja, aunque más como si la hubieran llamado por otro nombre que si
le acabaran de relatar una muerte exageradamente grotesca. Me sorprendió lo
mucho que la vida la había insensibilizado, a tal grado de que la idea de la
muerte no le producía el terror usual de los que todavía conservan su instinto
de autopreservación. Sin embargo, después de procesar la idea por unos
segundos, y por primera vez desde que posamos nuestros ojos en ella, la joven
sonrió. No era una sonrisa maliciosa o amarga. Era más bien de alivio, de
liberación.
Al aceptar la
propuesta, Yamanka pasó a la última etapa de las negociaciones, diciendo: —¿Como
quién quieres reaparecer? —Al mencionar la joven que no lo había pensado,
Yamanka le ofreció ver el catálogo. Un tanto extrañada, la chica ojeó hoja por
hoja, viendo cada rostro, cada ubicación y cada identidad posible.
Insatisfecha, y un tanto frustrada, dejó la carpeta sobre la mesa. Yamanka
suspiró un poco y le dio unas cuantas opciones más: —Puedes incluso… cambiar de
sexo, si así lo deseas. —dijo. La chica hizo una mueca, y respondió: —Quiero
volver al momento en el que mi vida se detuvo. Al oír esto, me acerqué a la
chica y me senté a su lado en el sofá opuesto a Yamanka. La chica dibujó una
ligera sonrisa sobre su rostro y, con cautela, posó su mano sobre mi cabeza. —¡Ah!
—exclamó Yamanka— ¡Pero claro! Quieres volver a ser una niña… antes de que la
tragedia te hiciera perder tu juventud.
La chica lanzó una
mirada inquisitiva y Yamanka le aseguró que era caro, pero no imposible. Aún
seguía viéndose joven, y después de unas cuantas modificaciones aquí y allá a
su silueta y cara, retrocedería una década en el tiempo. Adicionando unas
cuantas pecas, enchinando y pintando su pelo, y, como era pálida, aclarando sus
ojos con lentes de contacto el efecto rejuvenecedor se potenciaría y quedaría
irreconocible. Yamanka preguntó en qué país o región le gustaría reaparecer, y
la chica le aseguró que en cualquiera… después de atender su propio funeral.
Sería una injusticia no aprovechar oportunidad tal, que los muertos nunca
gozan.
Una vez que todos los
demás detalles quedaran cubiertos, y de solicitar la papelería necesaria a su
asistente vía telefónica, Yamanka le preguntó su nuevo nombre. —Renata— la
chica dijo casi al instante, y aseguró que no tenía preferencias para los
apellidos. Era un nombre simple, pero adecuado para la situación. Supuse que
tal vez pensó en ese nuevo nombre incluso antes de saber de la existencia de
nuestro negocio. Yamanka apreciaba la simplicidad, pues no todos estaban hechos
para cargar con un nombre como el suyo.
Después de agendar
una segunda cita, Yamanka esta vez fue la que extendió su mano para despedirse
de Renata, que salió con una expresión tan siquiera un poco más viva que cuando
entró. Conforme al fin, Yamanka se tumbó y extendió todo su cuerpo sobre los
cojines del sofá y le dio los últimos sorbos a su café ya frío. Su rostro tenía
esa tranquilidad de quien cree haber ayudado a alguien que se lo merece. Me
senté sobre su regazo y ronroneé unos minutos antes de incrustar mis garras en
sus piernas desnudas, indicándole que, de nuevo, se le había pasado mi hora de
comida.
Mas vale tarde que nunca. Lo leí en cuanto me lo pasaste y no tienes idea de lo mucho que disfruto de los gatos narradores, siempre son mis favoritos siento que le dan otro aire aún a las cosas más insulsas, que no es el caso. Tu relato me recuerda un poco a uno que participo el año pasado en una consigna de brujas ¿sabes? No por que aborden el mismo tema, si no por el como plantean la intervención de las mujeres y la magia.
ReplyDeleteSinceramente el tema que escogiste abordar, homicidio + consecuencias y todo lo demás se me hace tan interesante, sobre todo el punto de vista de quien narras. No siento que le faltaran o sobraran palabras al explicar contextos y situaciones. Y creo que tienes una buena capacidad de retratar ambientes, se nota la vena rolera y sirve mucho en relatos. Realmente disfrute leerte.
Ahora de recomendación: puntuación. No son mis fuertes, pero si me lo recuerdas puedo pasarte un par de entradas que a mi me ayudaron un montón. Y por ahí tienes bastantes comas que pueden ser suplantadas por otros signos ya sea dos puntos o puntos y comas. Fuera de eso ya lo tuyo es practicar Mags, a ver que se te ocurre para febrero ;)